Autismo y política, por Daniel Comín

sábado, 7 de enero de 2012

Autismo y política, por Daniel Comín

Cartel realizado por la asociación Conecta
Se ha puesto de moda entre la clase política y los analistas del ramo el uso del término “autista” como un modo definir determinadas acciones y programas que algunos miembros de la élite política llevan a cabo. Se ha creado un peligroso precedente, como también es habitual el uso del término “cáncer”, por supuesto en la misma línea, de carácter peyorativo e insultante. De hecho, hasta hace bien poco, para tildar a algún cargo público de poco honesto se le denominaba “gitano”.

Y es que el uso de pseudo-tópicos genera situaciones peligrosas y un daño innecesario. Si de un plumazo convertimos a todas las personas de etnia gitana en ladrones, mal vamos. Afortunadamente este uso ha caído en desuso. No sabría decir si por compromiso social o porque lo han cambiado por otro igual de desafortunado.

La utilización del término “autista” como adjetivo descalificativo empieza a ser preocupante. Si alguien realiza alguna acción considerada alejada de la realidad, o no hace caso a determinadas peticiones o clamor, se le denomina autista. Dar este carácter peyorativo a la denominación de un trastorno implica transmitir un mensaje social muy simple autismo = malo. Y este daño es de difícil reparación. Crear un mito es muy fácil, derribarlo es muy laborioso.

Los medios de comunicación han jugado un -lamentable- papel en potenciar este tipo de usos incorrectos del lenguaje. Es triste que a día de hoy exista tan poca conciencia social, que cueste tanto convencer a quienes deberían de ser quienes marcan la tendencia de pensamiento. Es difícil entender cómo teniendo un idioma tan rico en insultos y adjetivos descalificativos se deba recurrir al tópico barato, de mala calidad, que produce un efecto multiplicador de consecuencias imprevistas.

Se estima que en España hay alrededor de 350.000 personas con autismo. Insultar a alguien usando ese término implica insultar a todas y cada una de esas personas, y por extensión a las más de 67 millones de personas con un diagnóstico de autismo en el mundo; las cuales están ajenas a esa problemática, ni la crearon ni la apoyan, pero se convierten de golpe y porrazo en espectadores de primera fila de tan esperpéntico festival dialéctico. Es más, pasan de espectadores a protagonistas de algo que nada tiene que ver con ellos.

El hecho singular de que los responsables políticos vivan en una realidad paralela nada tiene que ver con las personas con autismo. Ya que estas personas viven una realidad sólo paralela en cuanto a la discriminación y segregación que sufren, ellos y sus familias. Generalmente esta segregación está provocada curiosamente por malas políticas sociales. Definir pues a quienes diseñan y sostienen esas malas políticas, que acaban segregando a este grupo social, como “autistas” ¿no es una paradoja lingüística?

Erradicar el uso de este tipo de calificaciones es un compromiso social. Mantenerlo es un error provocado por la ignorancia, no sólo del trastorno en sí, sino del propio idioma. Trabajar para fomentar el uso adecuado del lenguaje es una labor que debe ser entendida como un compromiso social. Y a su vez, este compromiso social debe ayudarnos a todos a la mejora de la calidad de vida de las personas con un Trastorno del Espectro del Autismo y por ende de sus familias. La palabra es un arma poderosa, y el uso adecuado y correcto es una obligación. El respeto hacia los demás debe ser una máxima, ejercer ese modelo de respeto forma parte de nuestra campaña de concienciación y difusión.

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